La Historia de la Informática de RFOG

Tras haber leído la entrada de Veneno en los dedos de Carlos Segura, me ha entrado el gusanillo de hacer lo mismo que él y contar cómo fueron mis inicios en esto de la programación y la informática, que en mi caso han sido la misma cosa.

Entre Asimov y Asimov, entre Julio Verne y Julio Verne, mis añoranzas de joven, muy joven, eran tener uno de esos animales mitológicos que se llamaban ordenadores, que sólo los amigos más pudientes tenían, pero el miedo de mis padres a que me aficionara en demasía a los juegos, y el poco poderío económico de la época, se daban la mano para que me fuera negado el tan ansiado deseo hasta bien entrada la pubertad.

No recuerdo si fue a los catorce o a los quince, pero seguro que no fue mucho antes. Por aquella época teníamos familia viviendo en el extranjero, en concreto una hermana de mi madre, la tía Merce y el tío Gómez, que eran esperados como agua de mayo todos los veranos cuando retornaban de su húmeda y lluviosa Holanda para reencontrarse con sus raíces…

Todos los años pasaban esos días en nuestra casa, y para nosotros –me refiero a mí y a mis tres hermanos- la llegada de mis tíos era un festival de ansiosa agonía y desesperanza para ver qué nuevas maravillas nos traían del, por aquel entonces, mucho más moderno país. Recuerdo las letras de chocolate, los bollos de pasas y otra infinidad de dulces y, por supuesto, el queso, un pedazo de queso del más curado y fuerte para mí, eso sí, siempre Gouda, amarillo y lleno de agujeros.

Conforme se iba acercando la fecha de llegada, la pregunta de cuándo viene la tía Merce se convertía en ¿falta mucho para que venga?, y finalmente, el día D, no podíamos contener nuestra impaciencia, sobre todo si la hora de llegada era tardía, muchas veces de madrugada, y siempre cargados de maletas con amoroso contrabando de chuches y otros elementos algo más peligrosos, como aparatos de radio y otras zarandajas electrónicas que aquí costaban un riñón, y eso si se podían comprar, que muchas veces ni sabíamos de ellas.

Pues bien, con los años los hijos de la tía Merce crecieron e hicieron su vida en aquel país tan alejado –yo, de pequeño, miraba hacia el cielo y le decía a mi madre mira, mamá, veo Holanda entre las nubes, ya que el país se encontraba muy, pero que muy lejos allá en el Norte-.

Decía que hicieron su vida y, más o menos por la época en que he comentado antes, uno de ellos llegó a España con algo nunca visto, al menos por mi y por mi entorno cercano: ¡un ordenador portátil no más grande que un tomo de enciclopedia! Para que nos hagamos una idea, estamos en los tiempos del Spectrum o antes.

Aquel Epson PX-8 me dejó completamente maravillado y extasiado, fue una revelación superior a cualquier cosa, un enamoramiento instantáneo, pese a no tener juegos, que este es un ordenador para negocios. Tanto, que cuando mi primo volvió a Holanda lo hizo, voluntariamente, sin él. Ignoro si salió de su propio caletre o si mis padres tuvieron algo que ver, en realidad me da igual: gracias, Juan, papá, mamá, muchas gracias. Como aquel ordenador no tenía juegos, y mi primo estaba bien considerado en la familia –al menos en la mía-, mis padres no vieron pega alguna para que aprendiera con ese equipo, o así lo supongo yo.

Si yo era manitas y me gustaba trastear, ya no os digo a mi primo, que partía con la ventaja de ser mayor que yo y haber recorrido bastante más mundo, así como de vivir en un país en el que, en aquella época, los ordenadores eran algo más habitual de lo que eran en España. Lo digo porque el mes que estuvo aquí, fueron muchas, pero muchas, las horas que pasamos juntos delante de ese ordenador.

Aparte de la microcinta, que soportaba un sistema de acceso de ficheros aleatorio –primero leía la cabecera en busca de la posición del fichero en la cinta y luego se desplazaba hasta el lugar-, disponía de una forma de particionar la RAM como sistema de ficheros y memoria de trabajo. El sistema principal de almacenamiento de programas eran dos zócalos para ROM, en las que se podían insertar de forma independiente cualquier chip. Recuerdo que tenía uno con CP/M, otro con BASIC y poco más. Dependiendo de qué insertaras, y cómo, tenías una cosa u otra, y también más o menos memoria disponible, que era tapada por lo que los chips consumían.

Una vez que mi primo volvió a su país, aquel año fue un año maravilla a causa de aquel cacharro. Aprendí BASIC con el manual que traía, y de paso aprendí más inglés que el que tristemente nos enseñaban en la escuela, demasiado básico para poder entender aquellos mamotretos de manuales completamente llenos, de principio a fin, de jerga técnica. Y aprendí otra cosa muy importante en mi vida, y es que no hay meriendas gratis y, que si quieres algo, has de sudar para conseguirlo como sudé yo intentando leer –y entender, que esa era otra- aquellos libracos, que todavía conservo con amoroso recuerdo.

Tras haberme pulido el BASIC de cabo a rabo, mis primeros programas adolecían de un grave defecto: me quedaba sin memoria demasiado pronto, por lo que muchas veces acabada más que frustrado. Por aquella época descubrí los ensambladores y el código máquina gracias a Programación del Z80 de Rodnay Zacks, y sabía por el catálogo de componentes que había una ROM con un ensamblador y otra con algo llamado Pascal que era la rehostia para programar. Desafortunadamente mi primo no pudo conseguirme ninguno de aquellos chips, ni la ampliación de memoria de 64 a 128 KB… así que decidí cortar por lo sano.

De Pascal no pude encontrar ningún libro, por lo que abandoné el tema, pero de ensamblador tenía el libro que acabo de citar, así que, ni corto ni perezoso, me puse a hacer un ensamblador en BASIC. Os podéis imaginar mi contrariedad cuando me quedé sin memoria apenas habiendo implementado una parte del mismo, máxime cuando había aprendido a programar en ese mismo momento y el lenguaje no es que fuera un dechado en cuanto a estructuración y coherencia…

Luego, o antes, la memoria me falla en esto, a partir de un artículo sobre laberintos en 3D aparecido en Investigación y Ciencia (por aquella época era Martin Gardner quien los escribía) me dio por implementar uno de ellos en mi PX-8… Ya os podéis imaginar que me quedé sin memoria mucho antes siquiera de hacer algo útil.

Por aquella época, muy frustrado yo con esas limitaciones, mi madre viajó sola una temporada a Holanda, ella sabrá por qué pero yo imagino varios motivos que no vienen al caso, y a la vuelta, lo recuerdo como si fuera hoy, en plena calle en Alicante, al lado del Puerto –que era donde paró el autobús (en aquella época viajar en avión era una fantasía sólo al alcance de la gente de dinero)-, vi cómo salía del maletero del autocar ¡no uno, sino dos ordenadores!

Mi madre –y mi primo-, muy cucos ellos, decidieron rentabilizar la inversión y se trajeron un Bondwell 16 para mí y un 14 para vender y sacar los gastos… como así fue. Lo más llamativo de aquellos ordenadores era el sintetizador de voz incorporado, cosa que a mí no me hizo ni fu ni fa, lo que me encantó de aquél ordenador era su disco duro de ¡10 megas! y su pantalla de 80×25 de fósforo amarillo. Siendo un portátil, ocupaba el tamaño de una maleta de viaje de las grandes, y pesaba todavía más, pero era un maravilloso –para mí- ordenador con, si no me acuerdo, mal, 256 KB de RAM y su fantástico disco duro de 10 megas.

Si el PX-8, ahora un poco apartado y que empezaron a usar mis dos hermanas para aprender BASIC, las recuerdo horas enteras entretenidas en hacer bucles imprimiendo tonterías en la pantalla y haciendo sonar el altavoz, que fue lo único que aprendieron y que me llevaba por la calle de la amargura que las pavas desaprovecharan una oportunidad como esa de aprender el futuro, causó en mi una impresión indeleble, ya no os digo este nuevo ordenador. Si el año o dos años anteriores fueron annos mirabili para mi, los siguientes con el Bondwell 16 todavía lo fueron más.

Los días de fiesta y las vacaciones de verano transcurrían como rayos. Un día era el último del colegio, el siguiente había que volver a él. Y entre medias, horas y horas aprendiendo inglés, leyendo los nuevos manuales que traía el Bondwell, y en cierta medida entendiendo muchas partes de los del PX que antes no había comprendido. No penséis que el ordenador retrasó mis estudios, no, de hecho quizás me hicieron estar más centrado en lo que importaba en aquella época y dejar de lado otras cosas, como las chicas y la bebida. En aquellos años yo era el chico del notable alto por la nota media que tenía, y lo seguí siendo.

Una anécdota de aquellos días, que mis padres desconocen pero que he contado alguna vez a terceros, fue mi gran fin de semana. Por aquellos días mis padres se iban al campo, es decir, a la casita de campo que teníamos que nos servía para veranear y pasar los fines de semana –la de quilómetros y quilómetros que nos habremos hecho con las bicis en aquellos años-. No recuerdo cuando empezó a atragantárseme a mi aquella casa, pero lo cierto es que ya de muy joven dejó de interesarme pasar dos aburridos días en la casa de campo, con una tele que apenas se veía bien y a todos mis primos y vecinos pululando por allí (y he de reconocer que he pasado grandes, muy grandes momentos allí).

Lo cierto es que muchos fines de semana me quedaba en casa de mis padres mientras éstos, junto a mis hermanas y mi otro hermano, se iban a pasarlo en la de campo. Posteriormente empezaron a quedarse también mis hermanas, pero nunca mi otro hermano, que terminó haciendo su vida allá. Fueron fines de semana de intensas lecturas y todavía más intensas sesiones de ordenador. De hecho, tan intensas que uno de ellos me puse con el ordenador –no recuerdo si fue con el Bondwell o con el PX, y tampoco recuerdo qué estaba haciendo- justo cuando la familia salió por la puerta de la casa y, cuando me retiré de él, me di cuenta que estaba demasiado cansado, tenía demasiada hambre, me dolía la espalda mucho más que demasiado y tenía los ojos hinchados como dos bolas… y justo cuando estaba comiendo algo llegaron mis padres. Mi primera impresión era que había habido algún problema con el coche y habían tenido que volver, o que se había puesto de repente alguien malo pero no, era el domingo por la tarde que volvían y yo había estado unas cincuenta horas sin apartarme de la pantalla.

Sé que no fue voluntario ni a propósito, sino que mi grado de concentración fue tal que no de di cuenta de nada. Supongo que me levanté varias veces a hacer mis necesidades, pero de forma inconsciente, y desde luego, una vez comprendido lo que había pasado, hice mutis por el foro (si mis padres se enteran seguro que me castigan a alejarme del ordenador por una buena temporada) y me subí arriba del todo, que era la expresión que teníamos para cuando nos íbamos a la buhardilla de la casa a estar solos y concentrados en nuestros estudios y, en este caso, supongo que a echar una siesta antes de irme a dormir de verdad, aunque realmente no recuerdo qué hice desde las cinco o las seis de la tarde hasta que me fui a la cama.

Yo no sé realmente cuándo fui programador con mayúsculas, o coder, o como queráis llamarlo, quizás todavía no lo sea, de hecho creo que no lo soy. Sí que tengo claras algunas cosas sobre mi forma de ver el desarrollo, y son cosas que nacieron en aquella época. No he ido a la universidad, y si alguna vez me ha gustado aprender sobre algo, simplemente he buscado el mejor libro que he podido encontrar sobre el tema y me lo he estudiado, y si me ha sabido a poco o me ha seguido interesando el tema, he seguido investigando y aprendiendo.

No obstante, en aquellos años, en que aplicaba esto mismo de forma inconsciente, no había los medios que hay ahora, ni mi familia los tenía. Aunque he nombrado una casa con buhardilla (realmente eran tres pisos) y una de campo, la realidad es un poco diferente, ya que la primera estaba situada en un barrio bastante deprimido económicamente (de gitanos, se decía antes, aunque mis mayores problemas viviendo allí fue con otros payos malos) y que al final se convirtió en la típica zona de traficantes de droga, almacenes de objetos robados y similares. No, no es La Tafalera, pero casi, al menos aquellos años. Ahora el barrio está bastante más limpio pero todavía queda algo, aunque he decir que jamás, jamás, hemos tenido problemas de ningún tipo excepto los típicos de cualquier vecindario (y el que sea valiente que diga que nunca le han entrado a robar, a él o a algún vecino). Eso sí, a veces hemos asistido a espectaculares redadas, a peleas a navajazo limpio y una vez hasta a tiros. La casa de campo fue comprada a medias y luego vendida a la otra parte y, junto a parte de una herencia de mis abuelos y otras zarandajas que tampoco vienen al caso, ahora mis padres tienen un pequeño terreno y una casa no tan pequeña en lo que antes era poco menos que un yermo y ahora es una zona urbanizada y bastante cara, así que no penséis en lofts ni áticos ni fincas latifundistas.

Bueno, pues como decía, los medios en aquellos años no estaban como para tirar cohetes, así que me tenía que buscar la vida. Aparte de la carencia de información per sé, ya que no creo que hubiera nada publicado, estaba el hecho de que España todavía era un país bastante atrasado tecnológicamente y lo que yo tenía en mi casa quizás no existiera en ningún otro lado de nuestra patria poco menos que recién salida del franquismo. Cuando yo hablaba de estos temas con mis amigos –y a veces con sus padres, más de uno vino a mi casa a ver el disco duro de 10 megas para determinar si sería útil en su empresa-, me descubría más sólo que la una, ya que en aquellos momentos nadie sabía de cepemes, de ensambladores ni de ordenadores con sistema operativo, no al menos en mi entorno cercano.

Si no me fallan las meninges, estamos en los años en los que un XT con una disquetera y CGA monocroma valía más de un millón de pesetas, o eso era lo que pagó el padre de un amigo cuando compró aquella bestia tecnológica importada no sabemos de dónde.

¿Cuáles eran, pues, mis recursos? Pues el diccionario VOX de inglés (bastante malo, por cierto), los manuales que acompañaban a esos dos ordenadores, y algún libro de los poquísimos que había que conseguía comprar con sufrientes ahorros y lloros varios. Así que el que suscribe se pasaba horas y horas estudiando e investigando por su cuenta.

Una de las cosas que hice fue escribir una novela, que no acabé, con el Bondwell y el WordStar, por cierto perdida –no tenía impresora- y de la que únicamente me acuerdo que trataba sobre un policía secreto en una base lunar que investigaba unas desapariciones y que se cruzaba con una Mata Hari espacial y que ocupaba unos trescientos KB en disco. El que ocupara ese tamaño tiene un enorme significado en mi vida, porque me hizo observar cómo el procesador de textos paginaba a disco lo que no podía mantener en memoria… y me abrió el cielo a mis limitaciones de memoria y al funcionamiento del Bondwell, que hasta ese momento no terminaba de comprender yo cómo podía usar 256 KB de RAM cuando tan sólo podía direccionar 64.

Lo cierto es que me puse a escribir la novela porque había llegado a un punto en el que no podía avanzar en mis investigaciones sobre el funcionamiento del ordenador por más que quisiera, debido a mi incomprensión del inglés y de los manuales y, por supuesto, de la eterna carencia de documentación. Y justo la novela me llevó, de nuevo, al buen camino, y ese fue el motivo por el que no la terminé.

En aquella época mis ocupaciones aparte de la novela estaban en entender cómo funcionaba el sistema operativo. Aprendí todos los comandos del CP/M. También le di caña al WordStar, al CalcStar y al ReportStar, aunque este último jamás llegué a entenderlo del todo, y quizás todavía no entienda sus equivalentes modernos…

Una vez que fui ducho en el manejo del sistema operativo en sí, fui a mayores. Tenía unos discos que mi primo me envió con posteridad que contenían unos paquetes para construir el sistema operativo, parecido a cómo se construye un núcleo de Linux ahora: había un programa que te hacía unas preguntas y luego trasteaba con lo que hubiera en el disquete y te construía un sistema operativo custom que luego instalabas en el ordenador. De esa manera jugué a construirme lo que yo quisiera, dentro de unos límites, claro. Pasé angustiosos momentos más de una vez cuando aquello dejaba de funcionar por completo, pero siempre conseguía recuperar el sistema.

También traía un BASIC llamado MSBASIC que era, siento decirlo, bastante más mierdoso que el del PX-8, por no decir que era bastante mierdoso porque le faltaban un montón de cosas que sí traía el otro. Si no os habéis dado cuenta, acabo de describir mi primer contacto oficial con Microsoft, que en aquella época, o al menos en el manual, venía escrito como MicroSoft. Ese fue uno de los motivos por los que volví al ensamblador. Otro fue que, pese a tener 256 KB de RAM, ese BASIC sólo me daba 48 KB y por tanto seguía teniendo los mismos problemas y limitaciones que con el PX. De hecho más, porque encima el lenguaje era mucho menos potente. Aunque años después llegué a comprender esa limitación, jamás he comprendido por qué no se implementó con bancos de memoria descargables, tal y como funcionaba el CP/M en aquella época.

Lo que más me atrajo de ese ordenador era que traía un ensamblador de serie, de hecho era un macroensamblador para el 8080 adaptado al Z80 con macros de expansión, quizás lo más moderno y avanzado en cuanto ensambladores de la época, de hecho nunca he visto un ensamblador que tuviera más características que ese si no es el Turbo Assembler para PC, otra joya de la que disfruté ampliamente años posteriores.

Si el PX tenía un Z80 a 2.45 MHz, éste tenía una versión superior a 4 MHz y cuatro veces más memoria. Junto a la posibilidad recientemente aprendida de hacer swap a disco y de poder cambiar segmentos de memoria de forma que podía ver y usar los 256 KB, aquel ordenador superó mis más amplias expectativas, y por fin estaba aprendiendo todos los entresijos de ese hardware controlado desde software, sobre todo después de estudiarme un libro sobre electrónica digital que, si bien no me abrió el mundo sí que me hizo comprender y solventar muchas de mis dudas.

Otras las resolví a base de cabezonería (y a veces cabezazos contra la pared) y de machacar una y otra vez sobre el tema, leyendo y releyendo los pocos libros que tenía –y había- sobre el tema. Aprender a salir a pantalla, el BDOS, abrir y cerrar ficheros, el sistema de ficheros del disco duro, tanto desde las rutinas de servicio del sistema operativo como directamente no fue muy difícil, aunque había puntos salvajemente oscuros y que sólo llegué a entender años después cuando estudié formalmente la arquitectura del PC.

Lo que más me frustró durante ese tiempo lo voy a explicar con cierto detalle, y seguro que más de uno ahora se sonríe por mi inocencia y desconocimiento en aquella época, pero recuerda que tenía quince años y que posiblemente aquello que yo trataba de descubrir estaba entre las cosas de la altísima informática.

Mi incomprensión de ciertas partes del sistema operativo me llevó a desensamblarlo, casi a mano, y casi por completo. Sí, lo que habéis leído: desensamblar el CP/M, de hecho quizás todavía tenga las docenas de hojas en las que, laboriosamente, escribía el código y mis comentarios. Dado que desconocía el formato en que se guardaba en disco el sistema, y que era código automodificable en muchos casos (cosa que ahora sé, en aquella época no), mis sesiones de ingeniería inversa se hacían desde la propia memoria y en tiempo de ejecución. Exactamente no recuerdo cómo me las ingeniaba, pero tomaba partes de la memoria donde sabía que se cargaba el sistema operativo e iba desensamblando poco a poco.

Para ello me hice, en ensamblador, muchos programas que me ayudaban en mi tarea, y también llevaba entre manos la creación de un desensamblador que fuera capaz de seguir y tracear un programa completo ya estuviera en disco o en memoria y reconstruir el código fuente completo para que pudiera ser ensamblado, de nuevo, con el macroensamblador que tenía.

La tarea, ahora lo sé, estaba un poco fuera de mis posibilidades, sobre todo porque mucho de ese código no sólo era automodificable, sino que en medio estaba toda la parafernalia de intercambio de bancos de memoria y aquello que jamás pude entender del todo. No obstante, mis esfuerzos eran continuos, arduos y formalmente encaminados a resolver el misterio.

Llegué a resolver el problema de los cambios de bancos de memoria de la forma más ingeniosa que cabe, sin saber que estaba reinventando, sin ser consciente de ello, no sólo el concepto de parche binario, sino el de interceptación de código y depuración. La primera tarea era la de buscar todas las llamadas al intercambio de los bancos de memoria (luego diré por qué no interceptar sólo la rutina de servicio) y sustituirlas por un salto a una dirección libre (a veces era arduo de encontrar algo así ya que no había gestión de memoria dinámica, ni yo sabía que podía existir algo así ni llegué a imaginármelo hasta que aprendí C) y allí capturar los parámetros y hacer la llamada a mano para ver qué había en aquella ventana recientemente traída.

Como comprenderéis, la tarea era titánica, más que titánica, y absorbía toda mi inteligencia y la que no tenía, pero iba avanzando poco a poco y resolviendo todos los problemas que iban surgiendo.

Pero finalmente llegué al punto en donde no pude seguir avanzando y tuve que entretenerme en otras cosa menos interesantes, como buscar pokes en BASIC y avanzar en mi hoja de cálculo hecha en ensamblador que iba a aprovechar los bancos de memoria –cosa que no hacía el CalcStar-. Desde luego en aquella época uno no conocía dónde estaba el límite, y quizás no lo hubiera tenido, si no es por un acontecimiento que relataré como colofón a este texto.

Pues bien, durante todas esas investigaciones siempre terminaba en un mismo punto muerto: había una serie de direcciones de memoria en las que si uno leía o escribía en ellas, el ordenador saltaba a otra parte desconocida por mí, y cuando podía recuperar el control del mismo (muchas veces en esa misma dirección), el ordenador ya había hecho lo que quiera que se le había ordenado… Sí, vosotros os sonreís ahora como lo hago yo, pero en aquella época eso era salvajemente frustrante para mí.

Tanto el libro de electrónica digital como el de Rodnay Zacks, quizás los dos, quizás uno solo, quizás fue otro, contenían el concepto de interrupción y el de hardware mapeado en memoria, y yo conocía ambos, pero una cosa era saberlo intelectualmente y otra muy diferente experimentarlo. Mi frustración no era el que eso existiera, no. Aquello era un ejemplo de la magia de la electrónica y la programación, lo que realmente hacía a un ordenador algo poderoso y útil: mover hierro a través de instrucciones de programa, y era una de las cosas que me entusiasmaban y me hacían no desistir bajo ningún concepto.

Por desgracia, los manuales del CP/M no documentaban nada de eso, tan sólo venía algo en el del PX, pero era diferente en el Bondwell, así que partía con casi ninguna información útil, máxime cuando en aquella época la cosa era bastante diferente. Ahora uno carga registros y virtualiza direcciones, los vectores de interrupción están en la VBR, las interrupciones se programan y sus direcciones se asignan con instrucciones de software. Es evidente que uno no puede poner las que quiera, sino las que el ingeniero que ha diseñado la electrónica ha previsto, pero al menos uno puede verlas es algún registro. Antes no, antes eso se hacía a pelo, conectando las patillas directamente con el periférico y mapeando el hardware en direcciones físicas.

Por lo tanto yo estaba completamente ciego ya que, si bien podía haber seguido las pistas de la placa, cuando éstas entraban en los chips me perdía porque no tenía documentación sobre los mismos, y cuando la pude obtener ya no me sirvió de nada porque todo aquello estaba más obsoleto que el tirachinas. Sí que quiero dejar constancia de que lo intenté no pocas veces, desarmando el ordenador y haciendo suposiciones, unas veces lógicas y otras al azar, de hecho conseguí alguna que otra vez interceptar y descubrir por dónde iban los tiros (así aprendí el formato de las particiones y el equivalente a la FAT en los discos con formato CP/M), pero en lo que realmente me interesaba, que era el intercambio de bancos de memoria, jamás llegué a descubrirlo.

Como he citado un poco más arriba, todo aquello se acabó de repente, la novela, mi hoja de cálculo hecha en ensamblador, mi desensamblador, mis investigaciones sobre el CP/M, la búsqueda de pokes y el intento de hacer funcionar programas de alguna revista y para otras arquitecturas en mi Bondwell (en el PX aquello estaba descartado, una pantalla LCD de 80 caracteres por 8 líneas da para bien poco), las dos últimas cosas generalmente en el MSBASIC ese… Todo aquello acabó en menos de 24 horas…

No, ni me casé, ni tuve un hijo sorpresa, ni se me murieron mis padres, no, lo que se me murió fue el Bondwell 16, primero el disco duro dejó de funcionar, y días después el ordenador completo, con mi novela, mi código en ensamblador y su puta madre bendita y todos los santos que lo tenían de pie, al que lo inventó y a toda su descendencia hasta la enésima generación. No creo que existan palabras para describir mi estado de ánimo en aquellos días, mi tristeza y mi impotencia más absoluta. Me recorrí toda mi ciudad y las anexas buscando alguna tienda que supieran qué era un Bondwell 16, entraba en la fábricas más grandes a preguntar si tenían uno y dónde lo enviaban a reparar… estaba absolutamente desolado.

En fin, que aquello me supuso un enorme trauma no porque se hubiera roto, sino por la ingente cantidad de horas invertidas en nada. Fue una dura lección sobre las meriendas gratis y la puta vida que nos ha tocado vivir, la insoportable obsolescencia de la tecnología y que no sólo las personas son capaces de defraudar a uno…

Al final conseguí rehacerme y un sustituto, pero esa es otra historia que contaré más adelante. Tampoco quiero que penséis que iba cabizbajo y que tuve una depresión ni nada que se le parezca, mi personalidad no es así, para bien o para mal. Lo más curioso de todo lo que he contado es que transcurrió, todo ello, en apenas un par de veranos, quizá tres, en el puente entre la EGB y el Instituto…

Esta historia continua aquí.

4 comentarios sobre “La Historia de la Informática de RFOG”

  1. Recuerdo los articulos de Martin Gardner, en Investigación y Ciencia, de hecho puede que por mi trastero esten aún algunos ejemplares, me ha hecho recordar tambien la sección de A.K. Dewdney y la Guerra Nuclear (que siempre he creido que fué el origen de los Virus) en fín emocionante historia, que tiempos aquellos.

    Recuerdo los problemas de memoria de mi ZX81, el cuidado con el que había que definir los arrays y los trucos de sustituir constantes por variables …

    En fín ese bagaje nos queda …

  2. Rafael si piensas que alguien se va a leer esto vas listo……vaya ladrillo.
    En vez de «sa es otra historia que contaré más adelante»..por favor usa bubok y publica unas memorias.

    Pero bueno,seguro que tu respuesta sera del tipo «me ha valido de terapia» etc

    Vaya tela Rafael.

  3. Aquel Epson PX-8 me dejó completamente maravillado y extasiado, fue una revelación superior a cualquier cosa, un enamoramiento instantáneo, pese a no tener juegos, que este es un ordenador para negocios. Tanto, que cuando mi primo volvió a Holanda lo

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